miércoles, 5 de enero de 2011

Conclusión 143

Esa noche le tocaba a ella hacer la cena especial. Calentó la leche, cortó tres trozos de turrón y llenó tres grandes cuencos de agua. Lo dejó todo debajo del árbol y fue a acostar a su hermana pequeña. Hacía ya unos años que no vivía los nervios de la noche de Reyes. Levantarse por la noche para ver si ya estaban los regalos. Tocarlos y tratar de adivinar que eran. Volver a levantarse para asegurarse de que todavía seguían allí. Madrugar al día siguiente y levantar a toda la casa para abrirlos lo antes posible. Todos esos recuerdos de su niñez que hoy le tocaba revivir con su hermana pequeña. A pesar de los años, el día de Reyes seguía siendo su día más deseado de toda la Navidad. Le encantaba ver las caras de alegría y sorpresa de su hermana al abrir los regalos. Además, aunque menos, siempre recibía algún regalo y continuaba con su vieja costumbre de adivinar el que era antes de abrirlo. Sin duda, el día de Reyes era un día mágico en el que volvía a su infancia.

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