sábado, 3 de septiembre de 2011

Conclusión 191

Nunca he sido una niña que haya creído en hadas, fantasmas o en el ratoncito Pérez. Ni siquiera llegué a creer en los Reyes Magos. De pequeña no tenía miedo a nada. Era una auténtica temeridad, por ello tengo mis rodillas llenas de cicatrices, un dedo y una muñeca rotos, una operación y miles de accidentes más. Podía dormir yo sola en un desván gigantesco, sin escuchar sonidos aterradores. Mi único punto débil eran las pesadillas. Casi siempre eran las mismas: que si me persigue un león, que si me secuestra el Capitán Garfio, que si mi madre se convierte en una bruja malvada...

Conforme fui creciendo, las pesadillas desaparecieron junto con mi temeridad. En cambio, ahora creo en cosas tan fantásticas y de ciencia ficción como la felicidad o el amor para toda la vida y tengo un miedo atroz a las estadísticas, cuanto más bajas son, más miedo dan. 40% 30% 20% 10%... Dan miedo, ¿verdad?

No hay comentarios: