jueves, 15 de julio de 2010

Conclusión 114

Siente como los dedos se aferran a su garganta, como poco a poco hacen más presión hasta que el aire deja de llegar a sus pulmones. Mientras inspira las ultimas bocanadas de aire, observa con terror la cara de su asesino. La luz resplandece impidiendo ver su rostro. Lo único que observa a la perfección son sus ojos. Unos ojos en los que puede leer el odio y el rencor de su dueño. Esa mirada le asusta más que el propio hecho de estar muriendo. Sabe que se merece lo que le está pasando, es el fin. Cuando a penas puede respirar, se despierta empapada en sudor. A pesar de ser un sueño, al mirarse en el espejo descubre una fina linea de dedos marcados alrededor de su cuello. Asustada, acerca poco a poco sus manos comprobando que encajan perfectamente con las marcas del cuello.

De nada le sirve huir, ya que por mucho que corra, nunca podrá escapar de su peor enemigo: ella misma.

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