martes, 7 de septiembre de 2010

Conclusión 122

Hace más de 10 años, cuando tenía 4 o 5 años y todavía iba a infantil, me acuerdo de que un día en clase, nuestra profesora nos preguntó si alguna vez alguien no había cumplido una promesa que nos hubiese hecho. Cuando fue mi turno, contesté que mis padres no me regalaron la casita de muñecas de playmobil que me prometieron que me comprarían si dejaba de chuparme el dedo. Toda ilusionada, a las pocas semanas conseguí mi propósito pero, sin embargo, mi casita de muñecas nunca llegó. Ahora, si me volvieran a hacer la misma pregunta, podría dar más de un ejemplo y en todos ellos la palabra que más se repetiría sería "siempre".  
 
Las promesas forman parte de nuestra vida. Nos ilusionan y nos hacen felices, hasta el momento en el que se rompen y la felicidad da paso a la decepción y la tristeza.  
"No prometas aquello que no puedes cumplir".

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