UNA DE CADA DIEZ
Una tarde lluviosa. Las calles se encuentran desiertas. Aparece una mujer envuelta en un abrigo negro de lana. A pesar de llevar un paraguas, está totalmente mojada. La mujer avanza por la plaza, gira para tomar la angosta calle de la derecha y se detiene ante una antigua casa con aspecto abandonado. Rebusca en su bolso hasta sacar unas viejas llaves. Mira a su alrededor con una mezcla de melancolía y miedo. Introduce las llaves en la oxidada cerradura. Al abrir la antigua puerta se oye un estridente sonido que le hace temblar.
Sube por las escaleras con paso lento hasta alcanzar el segundo piso. Todo está en silencio, solo se oyen los crujidos de la madera del suelo al pasar. La mujer entra en una pequeña habitación y deja el paraguas en medio de ésta. La habitación se encuentra completamente desordenada, hay papeles y libros por el suelo. La mujer se sienta al lado de la chimenea y sin quitarse el abrigo, empieza a ojearlos uno por uno. Durante unos segundos se detiene a observar un viejo y arrugado dibujo. En él se aprecia el garabato de un perro.
MUJER entre sollozos y susurros: Mis dotes artísticas ya se podían apreciar en mi niñez… esto se parece más a un elefante que a un perro…
La mujer experimenta un cambio de emociones. Comienza a llorar y a reír a la vez. Se tapa la cara con los brazos y empieza a cantar balbuceando una canción infantil.
Aparece en la habitación un hombre de unos treinta años, con el pelo negro azabache y rizado. En sus ojos se refleja la desolación y la impotencia al contemplar la escena que acaba de protagonizar la mujer. Se acerca a ella. La abraza y le quita el abrigo mojado. La mujer tirita de frío, sus cabellos dorados le tapan la cara. Permanecen en silencio y abrazados durante unos minutos. Solo se escuchan los sollozos y la respiración entrecortada de la mujer.