Imaginate por un momento que uno de tus cinco sentidos desapareciera y te diesen a elegir de cual de ellos querrías desprenderte.
¿La vista? Dejarías de ver hermosos lugares. No podrías contemplar un mismo escenario a diferentes horas del día. No verías tu rostro reflejado en la nieve o en la superficie de un lago. Dejarías de observar el arco iris después de cada tormenta. A cambio, no serías engañado por las falsas apariencias y podrías querer a una persona por lo que realmente es.
¿El olfato? No olerías a hierba mojada. No distinguirias su perfume entre el resto de la gente. No olerías a pan recién hecho cada mañana. No disfrutarías del olor del café. Eso sí, te librarías del olor a alcantarilla y a plástico quemado.
¿El oído? No oirías el canto de los pájaros. No podrías escuchar tu canción favorita. No diferenciarías su voz. No apreciarías los distintos tonos de una conversación. No podrías hablar por teléfono. A cambio, evitarías los sermones de tus padres y toda la contaminación acústica que te rodea.
¿El tacto? No podrías recorrer su cuerpo como si un mapa de una ciudad perdida fuese. No distinguirías la suavidad de una almohada con la aspereza de una lija. No sentirías sus caricias ni sus roces furtivos. Evitarías el dolor físico y los pellizcos.
¿El gusto? Dejarías de saborear tu plato preferido, la cremosidad de un helado y la acidez de un limón. Te daría igual que comer pues todo te sabría igual. Eso sí, podrías comer todos los platos que más odiases y chupar cualquier objeto sin sentir su sabor metálico.
¿A qué estarías dispuesto a renunciar?
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