Me sorprende como las personas pueden dejar unas huellas tan profundas en mi vida. Después de miles de tropiezos y lágrimas, termino siempre cayendo en el mismo error: entregar toda mi vida a una persona. Aferrarme tanto a alguien que cuando éste desaparece quedo perdida sin un rumbo fijo y vacía por dentro. ¿Por qué concentrar en una única persona todos mis motivos para ser feliz? ¿Por qué depender tanto de una persona, si al final tarde o temprano desaparece? Con el tiempo, todas las personas que te rodean terminan desapareciendo, tanto en el sentido literal como figurado. No importa que las veas cada día o que te una a ellas un cariño muy fuerte, al final por el motivo que sea, terminas alejándote de ellas y solo puedes conservar de ellas sus recuerdos. Recuerdos que al principio te causan dolor y tristeza, pero con el tiempo aprendes a mirar al pasado sin melancolía. Una de las cosas que más me fascinan es escuchar viejas anécdotas familiares, como personas que ni siquiera llegué a conocer o no tuve la oportunidad de conocerlas, hicieron tal cosa o les paso esto otro. Admiro como al escuchar esas anécdotas no aparece ni una pizca de tristeza o melancolía, solo alegría y felicidad por recordar momentos pasados con personas que ya no están. Yo quiero conseguir eso, poder mirar al pasado sin tristeza, acordarme de aquellas tardes que dábamos vueltas por el barrio hablando de nuestras cosas, riéndonos sin parar, de aquellos días sentados en un banco durante horas que nos parecían sin embargo segundos, de aquellos días en la playa jugando a las cartas, de aquellos dulces tan buenos que tomaba cuando era pequeña, acordarme de mil y un recuerdos que ahora con solo pensarlos se me quiebra la voz, aquellos recuerdos que me hicieron feliz y que aunque ahora ya no pueden repetirse, siguen haciéndome feliz al recordarlos.
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