Hacía mucho tiempo que los pilares de su casa se habían destruido. Poco a poco todo fue haciéndose pedazos hasta que solo quedó en pie una diminuta habitación. Durante unos días se dio por vencida y se abandonó a su suerte. Todo dejó de tener sentido para ella. Le gustaba esa casa, la adoraba y pensaba que nunca volvería a tener otra igual. Sin saber cómo, un día comenzó a construir otra nueva. Sin planos, sin ideas, solamente construía una pared y luego otra más. No le importaba el diseño ni la estética solamente quería una casa donde refugiarse. Tras muchos días luchando contra el tiempo, la lluvia y el frío la terminó. Sin embargo, todavía tenía que amueblarla, todavía le quedaba muchísimo trabajo para sentirse a gusto en ella. Pasaron las semanas y por fin todas las habitaciones estaban a su gusto. ¿Todas? No. Había una que se le resistía. La del segundo piso, al final del pasillo a la derecha. La más grande y con las mejores vistas. Esa todavía estaba vacía, ni si quiera tenía luz. Se negaba a entrar. Incluso evitaba pasar por delante de su puerta. Sentía escalofríos cada vez que pensaba en ella. Vivió un tiempo ignorándola. Se sentía feliz. Es verdad que la casa no estaba acabada del todo, pero aun así se sentía a gusto viviendo en ella. Un día, comenzó a oír música proveniente de la habitación vacía. Pensando que eran ilusiones, no hizo caso. Otro día empezó a sentir una presencia en la casa. Una sombra que habitaba con ella pero no se dejaba ver. Asustada, tras muchas reflexiones, decidió entrar en la habitación vacía. Para su sorpresa, no estaba vacía. Estaba completamente amueblada, alguien había entrado silenciosamente en su casa y la había habitado. No necesitaba buscarle, sabía quien era. La guitarra eléctrica encima de la cama le delataba.
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