Ya faltaba poco. Una frase más y su pequeña "agonía" habría finalizado. Durante treinta segundos tenía que poner cara de ilusión, sacar esa sonrisa falsa que había empleado durante veinte años. [...]feliz. Ya estaba. Fin. Ahora venía lo más difícil. Pensar en un deseo y soplar las velas. Otro año más, otra interpretación más. No le gustaba celebrar su cumpleaños, y aun menos pedir deseos. Se sentía estúpida, no creía en ellos. No obstante, no podía negarse y tenía que actuar para no desilusionar a los demás. Después de pedir el mismo deseo durante años, dejó de creer en todo. Ya no miraba al cielo expectante a que pasase una estrella fugaz ni cazaba al vuelo dientes de león. Aprendió a conseguir sus propios deseos, a luchar por ellos y a ser ella la única responsable de alcanzarlos. Dejó a un lado la suerte y la superstición y comenzó su propio camino. Sin embargo, por mucho que se esforzase, incluso, por muchas monedas que tirase al pozo de los deseos, nunca alcanzó a conseguir su sueño más preciado: conocer a la persona que dió su vida por ella.
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