Ahí estaba, intercambiando miradas con una chica que no volvería a ver. Bailando al son de la música. Bebiendo y divirtiéndose con su pandilla. Sin saber por qué hacía tiempo que las discotecas le aburrían, ya no quería salir y empezaba a odiar ese intercambio de miradas con las chicas. Mirase donde mirase, nunca encontraría aquella mirada que dejo escapar. No se reconocía así mismo, después de todo, él había sido quien dejó de llamarla, quien se sentía agobiado con solo oír la palabra relación, quien quería ser libre cada noche y estar con cualquiera que quisiera, sin compromisos ni remordimientos. Sin embargo, no podía evitar recordar el brillo de sus ojos, sus mejillas ruborizadas y aquella ligera sonrisa que cada viernes le regalaba. ¿Se estaba volviendo loco? Sus pasos le llevaban hacia su portal, su mirada se alzaba hacia el bloque de pisos hasta que se detuvo en el sexto. La luz estaba encendida. Dudo un instante en llamarla. Decidió irse, alejarse y no volver atrás. Por mucho que le doliese, era mejor que otro supiera apreciar de verdad esa mirada, esa mirada que cada noche se aparecía en sus sueños como un fantasma del pasado, esa mirada que le enamoró sin darse cuenta. Única e irrepetible, su mirada.
domingo, 21 de noviembre de 2010
sábado, 20 de noviembre de 2010
Conclusión 132
Ya faltaba poco. Una frase más y su pequeña "agonía" habría finalizado. Durante treinta segundos tenía que poner cara de ilusión, sacar esa sonrisa falsa que había empleado durante veinte años. [...]feliz. Ya estaba. Fin. Ahora venía lo más difícil. Pensar en un deseo y soplar las velas. Otro año más, otra interpretación más. No le gustaba celebrar su cumpleaños, y aun menos pedir deseos. Se sentía estúpida, no creía en ellos. No obstante, no podía negarse y tenía que actuar para no desilusionar a los demás. Después de pedir el mismo deseo durante años, dejó de creer en todo. Ya no miraba al cielo expectante a que pasase una estrella fugaz ni cazaba al vuelo dientes de león. Aprendió a conseguir sus propios deseos, a luchar por ellos y a ser ella la única responsable de alcanzarlos. Dejó a un lado la suerte y la superstición y comenzó su propio camino. Sin embargo, por mucho que se esforzase, incluso, por muchas monedas que tirase al pozo de los deseos, nunca alcanzó a conseguir su sueño más preciado: conocer a la persona que dió su vida por ella.
viernes, 5 de noviembre de 2010
Conclusión 131
Suelo pensar que todos nuestros actos desencadenan una serie de hechos en nuestras vidas. No me refiero a la ley de causa-efecto, sino a algo más "místico". Llamalo destino, karma, dios, lo que quieras, el nombre no importa, lo importante es la convicción de que si hacemos "cosas buenas" tarde o temprano nuestras vidas serán recompensadas por otras "cosas buenas", y viceversa.
El hecho es que, aunque haga cosas buenas (el bien y el mal es relativo, todo hay que decirlo), a veces, mi recompensa es contraria a mis actos. En esos casos, siempre me pregunto: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
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