Se avecina una tormenta. Los árboles se balancean a merced del viento golpeando con sus ramas las ventanas a un ritmo diabólico. Acurrucada en la cama, trata de dormir a pesar de la tormenta. Todo a su alrededor es caos. Se gira hacia el otro lado de la cama, una vuelta más, entre las miles que ha dado esa noche. Sus sábanas se encuentran empapadas por un sudor frío. Mira el reloj, las tres. Todavía no ha conseguido dormirse, casi lo prefiere, ya que sabe que tan pronto como cierre los ojos sus pesadillas volverán a su mente. Solo espera que los primeros rayos de luz se cuelen por su ventana. Está cansada, le duelen los ojos y tiene miedo, miedo por el mañana. Se levanta, se abriga con su bata y sale al porche. Desde la puerta le llega el olor a hierba mojada. Respira profundamente. El vello de su cuerpo se eriza por el frío, ella ni si quiera se inmuta, continúa de pie, al borde del primer escalón, mirando al horizonte. Espera algo pero no sabe el qué. Lo ha visto en sus sueños. Un día alguien vendrá hasta allí y le rescatará de la tormenta. Tiene la certeza de que ese sueño se hará realidad. Lo sabe, por eso, cada noche sale a la puerta a esperar. Ayer no apareció, hoy tampoco, mañana puede que sí. Sin perder la esperanza continúa con la mirada fija en el horizonte, algún día vendrá, tarde o temprano vendrá y por fin todo habrá acabado.
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