Me encanta cuando me sonrie y me mira con timidez. Me encanta contemplar como los rayos de sol traspasan su dorado pelo. Me encanta reflejarme en sus ojos de color de miel. Me encanta enredar mis dedos entre su pelo ondulado. Me encanta contemplarla mientras distraída juega con la hierba. Me encanta apoyar mi cabeza en sus rodillas. Me derrito entre sus brazos. Su risa me acelera el corazón. Entre una multitud, mis ojos siempre van a parar a ella. Ella, una luz resplandeciente en medio de la oscuridad y el miedo. Ella, la única razón por la que respiro.
Un año despues...
La odio. Odio su sonrisa de bobalicona. Detesto su pelo ochentero pasado de moda. Odio sus ojos fríos como el hielo. Cuando juega distraía en la hierba parece retrasada. Odio apoyar mi cabeza sobre sus rodillas huesudas. Odio su afán de protagonismo. Odio que destaque entre los demás. La odio. Ella, la única razón por la que cada mañana me despierte cabreado.
¿Cuánto nos ciega el amor? ¿Y el odio? ¿Cuál es peor? La realidad que percibimos siempre está condicionada por nuestros sentimientos.
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